Bienquerido Coronel;
Permítame, en primer lugar, excusarme por el retraso en escribir esta carta. Habría estado más correcto haberla escrito en las postrimerías del verano pero por dos motivos no ha estado hasta ahora que me he decidido a hacerlo. El primero es que soy un poco de la cebolla y formo parte de una organización rojo-separatista, la CUP, de las que todavía defienden la oficialidad única del catalán en todos los territorios donde es lengua propia. A lo mejor se me enfadan y tengo que hacerme de ERC… El otro motivo es que, sinceramente, no di a sus palabras la importancia que se merecían y con el tiempo me habían ido marchando de la cabeza. ¿Por qué lo hago ahora, pues, al cabo de dos meses? Se lo diré con franqueza –no se corra ahora, solo es una expresión- porqué después de tantos avioncitos militares de su país sobrevolando el nuestro estoy bien cagado de miedo.
No pasa cada día que, delante los deseos de libertad de una parte de nuestro pueblo, venga un militar extranjero y nos ofrezca su cadáver para que les pasemos por encima. De hecho, y por eso hemos de agradecerle el detalle, creo que su oferta era una promoción exclusiva para Catalunya. Porqué, no nos engañemos Coronel, usted ya tiene una edad y solo debe tener un cadáver para ofrecer. ¿Cómo es que no lo ofreció en su momento cuándo otros supuestos españoles rompieron su supuesta patria? ¿Se acuerda de Guinea Ecuatorial? Sí hombre, aquel trozo de su patria llena de españoles más negros que los cojones de un grillo y que a pesar de haber estado educados en la escuela españolizadora del momento (y por tanto de saber los esfuerzos que habían hecho por ellos sus ancestros don Pelayo, el Cid Campeador y Isabel la Católica) de golpe y vuelta cambiaron de DNI. ¿Y el Sáhara Occidental? ¿Y la mítica Sidi Ifni? ¿Cómo es que ni usted ni sus compañeros de armas les ofrecieron ningún cadáver para pisar? No me dirá que entonces era usted el que apretaba el culo.
Aunque a lo mejor no era entonces si no que es ahora, con el estallido del independentismo catalán, cuando empiezan a llevar luto en los gallumbos. Pero… ¿por qué habría de preocuparles más la secesión de Catalunya que la de otros territorios del imperio donde no se ponía el Sol? A ver si resultará que también los militares padecen, como la mayoría de los españoles, del mismo mal del que acusan a los catalanes. ¿Es usted también de los que creen que sin las colonias España es inviable económicamente? Sea sincero, Coronel, porqué si teme por los recortes de su pensión quizás lo podamos arreglar...
¿Tiene usted alguna grabación con sus reflexiones macabro-patrióticas? Lo digo porque en las gasolineras y bares de camioneros las únicas cintas de intelectuales españoles de nivel que encuentro son las de Arévalo y quería una suya para dársela a un regidor del ayuntamiento de mi pueblo. ¡No, hombre, no! No se espante, que me refiero al concejal de festejos. Ya sé que no puede decirse trigo hasta que sea al saco y bien atado, pero tenemos prisa y usted tampoco es de primera volada. Había pensado que cuando seamos independientes encontraremos mucho a faltar a gente como usted y a lo mejor, sobre todo si se les acorta la paga, ustedes también a nosotros. Una buena solución para poner fin a la añoranza y evitar que hagan más bostezos que eructos podría ser que ustedes se ganaran cuatro duros actuando en nuestras fiestas mayores. Ya le imagino a usted haciendo el pregón en la Plaza del Vall de Torà, bien mudado con su uniforme de bonito, con más medallas en el pecho que el mágico Andrés, haciendo juego con la esteladas de los balcones. No me dirá que no le haría ilusión. Todos saldríamos ganando: nos ahorraríamos la sangre, los cadáveres, las bombas y el combustible de los aviones, usted se sacaría un sobresueldo y nosotros nos haríamos –nos continuaríamos haciendo- un harto de reír. Si puede ser, piénseselo a paso ligero, que tenemos prisa.